lunes, 14 de abril de 2008

EL LABERINTO: LA SUPERCONSTRUCCIÓN DE LOS ANTIGUOS EGIPCIOS

Luego de haber leído acerca de los acontecimientos en la Atlántida, me sentí frustrado. ¿Cómo era posible que los atlantes pudieran determinar la destrucción de su país? Un par de veces mencionaron las “Combinaciones Matemáticas Celestiales” sobre las cuales se basaban las predicciones. Recordé haber leído algo sobre el tema, en el libro anterior de Slosman. Luego de buscarlo durante algún tiempo, por fin lo encontré. Según los anales, los sobrevivientes habían hecho una construcción en Egipto, inmediatamente después de su llegada allí; era un templo en honor al creador, para expresar su gratitud por haber arribado a su segunda patria. La acción inmediata que emprendieron fue la construcción de un observatorio desde donde podrían estudiar las “Combinaciones Matemáticas Celestiales”. Sería erigido en las márgenes del Nilo, cuyo jeroglífico se corresponde con el de la Vía Láctea. Cuando se coloca el mapa del Nilo junto al de la Vía Láctea, claramente se advierte su semejanza. Hay varias estrellas importantes de la Vía Láctea que se corresponden con lugares donde se han construido templos.

Como se mencionó antes, los sobrevivientes de la catástrofe construyeron un observatorio original, en cuanto llegaron a su nuevo reino; ya no existe más. Allí registraban las posiciones de las estrellas y los planetas. Juntos, estos datos formaron combinaciones geométricas específicas, de las cuales se dedujeron las principales leyes armónicas. Diodorus Sicilus de Sicilia confirma esta investigación para vivir en armonía sobre la Tierra con el consentimiento de los Cielos. Lo que sigue está escrito en el capí­tulo 89 de su primer libro: “En ninguna otra parte se puede encontrar una observación tan exacta de las posiciones y movimientos de las estrellas y planetas, como la que hicieron los egipcios. Ellos poseen todas las observaciones que realizaron año tras año, remontándose a tiempos increíblemente lejanos”.

Esto confirma que los sumos sacerdotes eran “maestros de las matemáticas y los números”, desde tiempo inmemorial. Con estos datos astronómicos y basándose en las “Combinaciones Matemáticas Celestiales”, lograron hacer predicciones sobre el movi­miento planetario, su tiempo de rotación y muchos otros fenómenos estelares. Y todo esto, sin ningún esfuerzo. Tuve que tomar aliento después de haberme enterado, pues, si nosotros poseyésemos tales conocimientos, entonces podríamos luchar con éxito contra toda oposición al hecho del próximo cataclismo. Por cierto, vamos a encontrar suficien­tes indicios sobre el incuestionable valor de la evidencia de sus hallazgos. Pero ¿dónde debemos buscar? Con calma releí el resto, que ya había leído algunas semanas atrás. Aquí se nos decía que los seguidores de Seth y Horus habían seguido dividiendo el país por miles de años. Exhaustos por una guerra que venía durando milenios, decidieron construir un centro astronómico idéntico al de la Atlántida. Era el año 4.608 a.C., cuando empezó la Era del Toro. La enorme tarea fue completada 365 años más tarde. El día que Dios tenía predestinado para este acontecimiento, Athothis (Thoth), iba a decla­rar oficialmente la unificación de Egipto. Por los trabajos de investigación realizados, podemos saber que el primer día de Thoth fue el 19 de julio de 4.243 a.C., y que a partir de ese momento, comenzó la Era de Sothis o Sirio [1] y con ella, el clásico calendario egipcio.

Indudablemente, existía un significado más profundo en todo esto, pues no se trataba sólo de la celebración de la unificación, sino también de ciertos ciclos del Sol, de la Luna y las estrellas. Los agricultores egipcios necesitaron un calendario especial, para hacer sus predicciones de las inundaciones anuales del Nilo con mayor exactitud. Según el calendario sótico (o de Sirio), los egipcios se valieron de un año de 365 días, divido en doce meses de treinta días, además de uno adicional de cinco días divinos. Luego de cuatro años, este calendario ya no era correcto y se agregaba un día entero a un año, para sincronizarlo. Por cierto, los egipcios sabían que existía un año de 365,25 días, pero se negaban a contarlo de esta manera, porque su calendario sagrado contenía los números sobre los cuales basaron la predicción del fin del mundo. Con el uso del nuevo calendario, los agricultores obtuvieron una mayor precisión en cuanto a las inundacio­nes cíclicas del Nilo, y no siempre necesitaban recibir el consejo de los sumos sacerdo­tes.

Además de estos dos calendarios también usaron un calendario lunar, contando alternativamente 29 y 30 días, que coincidían en un ciclo preciso de 25 años y 365 días. El investigador francés Schwaller de Lubicz destacó que este lapso coincidía con 309 períodos lunares. Él calculó:
25 x 365 = 9.125 días
9.125 ÷ 309 = 29,5307 días por período lunar.

Este es un resultado sumamente exacto. La astronomía moderna emplea un período lunar de 29,53059 días, es decir, una diferencia de sólo un segundo. Se puede considerar este calendario egipcio, sin lugar a dudas, como una maravilla de precisión.
Volvamos ahora a la unificación de Egipto. En la margen del Nilo se realizó una ceremonia de adoración pública, donde dos sumos sacerdotes se dirigieron al Nilo y dijeron: “Tus fuentes celestiales nos dejan vivir, porque permiten que nuestras tierras se inunden todos los años”.
Le dijeron al público: “De ahora en adelante vivirán en armonía con las leyes y el orden de Dios, porque estas les concederán la vida en la tierra y en el cielo. Fertilicen la tierra para su trabajo y esta, a su vez, les brindará los cereales”.

Ante los jefes de ambas facciones ellos juraron: “Vuestra autoridad sigue siendo el símbolo de todas vuestras acciones, porque vuestra manera de gobernar determinará la felicidad de vuestro pueblo”.
Con las manos elevadas al cielo, le hablaron a Dios: “¡Oh, Señor de la eternidad, Tú que lo sabes todo, que tu ley y órdenes gobiernen a partir de este día en adelante y que nuestras vidas estén libres de problemas! ¡Que nuestros hijos sigan nuestro ejemplo, conforme a tu armonía, y que no se produzca ninguna catástrofe! Que tu sabiduría celestial que nos ofreciste por medio de las Combinaciones Matemáticas Celestiales, nos colmen a todos y nos inspiren para evitar las malas acciones que podrían provocar tu enojo”.

Fue luego de este día memorable cuando comenzó la reconstrucción de un gran centro astronómico. Le pusieron el nombre de “Círculo de Oro” y contenía dos templos: “La doble casa de la vida” y “El templo de la dama del cielo: Isis”. En él había dos escuelas diferentes, los que estudiaban el firmamento de noche y lo reproducían sobre la Tierra, y los que preferían un estudio más matemático, donde todo era teórico, sin observar el cielo. Con esto, ellos poseían una increíble cantidad de combinaciones factibles en relación con el Sol, los planetas y las estrellas del zodíaco. Dado que los egipcios dividieron cada una de las doce constelaciones del zodíaco en tres, esto nos da treinta y seis posibilidades. Al multiplicar los planetas por este número, el resultado que arroja es 7 x 36 = 252. Una vez más, multiplicado por doce da: 252 x 12 = 3.024. ¡Por eso el edificio tenía tantas habitaciones!

Como Heródoto vio una parte de ello y lo escribió en un libro, creí que para conocer algo más del tema, tenía que encontrar su descripción. Hice búsquedas en un buen número de bibliotecas, pero la tarea fue en vano. Hallé varias referencias, mas sin ninguna clave, y entonces decidí abandonar la tarea por un tiempo. Fue entonces cuando recibí por el correo electrónico, un catálogo de un club del libro holandés. Como de costumbre, repasé sus páginas con curiosidad y ¡allí estaba! El título me saltó con claridad: Herodotus: The Report of my Research [Heródoto: Informe de mi investigación]; resultó ser una traducción holandesa especial. Unos días más tarde, compré el libro de 700 páginas y comencé a leerlo de inmediato, ni bien llegué a mi hogar. Empezaba así: “Me llamo Heródoto, soy de Halicarnaso y ahora le quiero contar al mundo sobre la investigación que he realizado para mantener vivo el recuerdo del pasado e inmortalizar las grandes e imponentes obras de los griegos y otros pueblos”.

Eso bien podía considerarse como las palabras de apertura. Yo estaba sumamente interesado y hubiera podido leer el libro de corrido, pero afortunadamente, mi sentido común me aconsejó que me detuviera, pues esa tarea me iba a llevar varios días y ahora no disponía de ese tiempo. Rápidamente repasé el índice y abrí el libro en la página sobre el laberinto. Allí decía:
“Como muestra de su unanimidad, decidieron dejar un monumento conme­morativo y eso los impulsó a construir el laberinto, que se encuentra situado no lejos de la margen meridional del lago Moeris, en las cercanías de un lugar llamado Crocodilópolis. Yo estuve allí y el lugar está más allá de toda descripción. Si usted hiciera un estudio de todas las paredes de las ciudades y de los edificios públicos de Grecia, vería que todos juntos no hubieran requerido tanto esfuerzo ni tanto dinero como este laberinto; ¡y eso que los templos de Éfeso y Samos no son precisamente obras pequeñas! Es verdad, las pirámides dejan sin habla al observador y cada una de ellas es igual a muchos de nuestros edificios griegos, pero ninguna puede compararse con el laberinto”.

Quedé abrumado por estas palabras. Las pirámides de Giza están consideradas como los edificios más imponentes de la antigüedad y, sin embargo, según Heródoto —quien también ofreció una elaborada descripción de las pirámides—, el laberinto los sobrepasaba a todos. Al darme cuenta de esto, me sentí sumamente entusiasmado. Con avidez, seguí leyendo su informe:
“Para empezar, tiene una docena de jardines interiores, de los cuales seis se hallan alineados en el lado norte y seis en el lado sur. Están construidos de modo tal que sus portales quedan enfrentados. Una pared exterior sin aberturas rodea todo el complejo. El edificio mismo consta de dos pisos y 3.000 habitaciones, de las cuales la mitad está en el subsuelo y las restantes 1.500, en la planta baja”.

Una vez más, tuve que dejar de leer. ¡Tres mil recámaras con jardines interiores y una sola pared circular rodeando el edificio! Creo que una construcción más gigantesca que esta no hubiera sido posible. La mitad de las habitaciones estaban al ras del piso y las restantes en un nivel inferior. Si imaginamos habitaciones de sólo dos metros de largo, tendremos una longitud total de tres kilómetros. Eso me produjo vértigo; ¡este tendría que ser el edificio más grande que jamás se haya construido! Yo no albergaba ninguna duda al respecto. ¿Por qué no era más conocido? ¿Podría haberse esfumado tal vez de la faz de la Tierra? En 448 a.C. aún estaba allí. ¿Podría ser que lo hubieran destruido y que sus partes hubiesen sido utilizadas para construir otros edificios?

Llamé a Gino. “Gino, habla Patrick. Tengo algunas preguntas que hacerle. ¿Sabe usted si se construyó algún edificio importante y nuevo en Egipto después del año 450 a.C.? Me refiero a algún período antes de la edad moderna”.
“¿Por qué lo pregunta?”
“He leído la descripción del laberinto en las historias de Heródoto; ¡debe haber sido increíblemente grande! Algo semejante sólo puede llegar a desaparecer si lo derri­ban”.
“Déjeme pensar. No, no sé nada de ningún gran monumento que se haya construi­do posteriormente a esa fecha; ya no se erigían pirámides y, en cuanto a los templos, principalmente eran mantenidos. En realidad, no había demasiada construcción”.
“¿Ni siquiera por los romanos?”
“No, que yo sepa. Pero por cierto, pudieron haberlo usado para construir casas”.
“¿Ha oído alguna vez hablar de ello?”
“No, nunca. Si en verdad es tan grande, entonces al menos algo debería haberse escrito sobre el tema”.

Luego de este breve diálogo, estuve seguro: ¡el edificio más grande jamás construi­do, aún existía! Yacía oculto en alguna parte, bajo toneladas de arena del desierto. ¿Dónde me encontraba yo con mi texto? ¡Oh, sí, aquí! Intrigado, continué leyendo. Heródoto dijo:
“Visité y vi personalmente las mil quinientas habitaciones de la planta baja, por lo tanto, estoy hablando desde mi experiencia personal, pero en cuanto a las habitaciones del subsuelo, debo confiar en la autoridad de los demás, porque los egipcios no me permitieron entrar. Allí, pueden hallarse las tumbas de los reyes que originalmente construyeron el laberinto y de los sagrados cocodrilos. Por lo tanto, nunca estuve en ese sitio y todo lo que sé, lo sé de oídas. Por cierto, me habían mostrado las habitaciones que se encontraban encima de estas; resultaba difícil creer que hubieran sido construidas por manos humanas. Los pasadizos que interconecta­ban las habitaciones y los senderos zigzagueantes que iban de una recámara a la otra, me dejaron sin aliento, por su colorida variedad, mientras caminaba en completa admiración desde el patio hacia las habitaciones, desde las habitaciones hacia los peristilos y de los peristilos nuevamente a las otras habitaciones, y desde allí hacia los otros patios. El cielo raso de todos estos lugares está hecho de piedra, al igual que las paredes cubiertas con figuras en relieve. Cada patio está rodeado por una hilera de columnas de mármol blanco sin juntas”.

“Mi Dios”, murmuré. ¡Qué lujo! Y en ninguna parte se menciona que hubiera sido saqueado o demolido, pero entonces, ¿dónde estaba este monumental laberinto, con las tumbas de los doce reyes? Sin lugar a dudas, allí deben encontrarse los tesoros más grandes que jamás hayan salido a la luz en Egipto. El tesoro de Tutankamón no es nada comparado con esto. De eso, pueden estar seguros. Me entusiasmé cada vez más. Si las habitaciones superiores habían desaparecido, entonces al menos las del subsuelo debían estar allí todavía; era cuestión de encontrar algún rastro de la gigantesca pared y de los cimientos de los peristilos. Una vez hallados, seria fácil dar con las 1.500 habitaciones en las cuales se guardan mensajes de la antigüedad esperando ser descifrados. Esta posibili­dad me fascinaba sobremanera. ¡Seria imposible hallar un descubrimiento más sensacio­nal! El mundo entero iba a estar sumamente emocionado cuando esta maravilla aún desconocida fuese mostrada. Sí, para hallarla primero tenía que descubrir un vínculo con el sitio donde debía buscar. Con “la cabeza ardiente” seguí leyendo: “Justo en la esquina donde el laberinto termina, se levanta una pirámide de al menos setenta y cinco metros de alto, decorada con figuras en relieve de grandes animales. Se puede llegar a ella a través de un pasadizo subterráneo”.

¡Aja! Esa sí que era una clave importante. ¡Una pirámide con figuras de animales! Volví a llamar a Gino: “Gino, ¿oyó hablar alguna vez de una pirámide con figuras de animales en ella?”
“¿A qué se refiere?”
“Según Heródoto, junto al laberinto tiene que haber una pirámide de 75 metros de altura, con grandes figuras de animales talladas en relieve”.
Del otro lado de la línea hubo silencio durante unos instantes. Yo esperaba algún avance, pero las palabras de Gino fueron un golpe para mi irrefrenable entusiasmo: “Para ser honesto, nunca oí semejante cosa, pero eso no significa nada, porque las pirámides de Giza estaban cubiertas con piedra caliza blanca y luego de que El Cairo fue destruida por un terremoto, estas fueron desmontadas y la piedra caliza fue utilizada para reconstruir las ciudadelas y otras obras de arte. Aquellos bloques estaban cubiertos por innumerables dibujos y jeroglíficos, y ahora se han perdido todos. Lo mismo puede haber ocurrido con esta pirámide. En ese caso, lo único que queda es una pirámide con bloques construidos de rocas”.

Me sentía muy desdichado; tenía deseos de maldecir. Cada pista parecía conducir a un callejón sin salida. Pero vamos..., pongámonos nuevamente en movimiento. Tal vez pueda hallar alguna otra indicación en la obra de Heródoto. A veces no se necesita mucho; una pirámide o edificio de 75 metros de altura con figuras de animales en ella, es suficiente. Pero, ¿dónde se encontraba? y más aún ¿existirá todavía? Sintiéndome infeliz, sacudí mi cabeza y seguí leyendo el informe escrito casi 2.500 años atrás. Heródoto continuó:
“Pero, aunque este laberinto sea muy espectacular, el lago Moeris justo a mi lado, hace que uno en verdad se quede sin aliento. Su perímetro es de 3.600 estadios o sesenta shoinoi, o 666 kilómetros, tan largo como la costa egipcia entera. Este gran lago tiene una orientación Norte-Sur y su profundidad es superior a los noventa metros en la parte más honda. Probablemente, haya sido obra del hombre porque en el medio hay dos pirámides, cada una de las cuales llega a los noventa metros sobre el agua, mientras su base tiene una longitud similar debajo del agua”.
Aquí tuve que abandonar. ¿Pirámides de una altura de 180 metros? Eso era algo difícil de creer. Probablemente Heródoto quiso decir edificios o colosos. Además, había una nota advirtiendo que Heródoto posiblemente se refería a los colosos de Biahmu; ninguna indicación más. Esto no facilitaba las cosas, era doloroso; suspiré y continué leyendo:
“Encima de cada uno de los edificios hay una estatua que representa a un hombre en un trono. Si se calcula la altura completa, se alcanzarán los diecinueve metros, porque cien fathom equivalen a un estadio de seiscientos pies; un fathom es igual a seis pies o cuatro anas y un pie es igual a cuatro palmos, por lo tanto, un ana corresponde a seis palmos (un pie es igual a 29,6 cm., un fathom es 178 cm., un ana, 44,4 y un palmo, cerca de 7,2 cm.)”.

Con la referencia a aquellas estatuas de los hombres en un trono, hechas en piedra, tenía una nueva pista; tal vez podría haber algo allí. Si después de la probable obstrucción con sedimentos del lago, no fueron transportadas demasiado lejos, entonces el dato podría conducirnos a alguna parte; era una señal que valía la pena seguir. Más adelante, iba a tratar de prestarle la debida atención. Mientras tanto, continué leyendo:
“El lago no obtiene el agua de fuentes naturales, eso sería imposible porque el país circundante está seco; no, un canal es su conexión con el Nilo. Por el canal corre el agua hacia el lago durante la mitad del año y, en los seis meses restantes, vuelve a fluir al río. La ganancia para el tesoro real durante este período es al menos de un talento de plata por día, debido a los peces que se pescan allí”.

Muy bien, pensé, es probable que esté ubicado en el desierto. No hay fuentes naturales, lo cual significa que si ya no hay una conexión con el Nilo, el lago se seca completamente. Aunque busque con toda intensidad, actualmente no hallaré nada de agua. Heródoto continuó:
“Los habitantes de esa región me dijeron que había un túnel desde el lago hasta Sirte en Libia y, de este modo, que se podía llegar tierra adentro por el lado oeste de una región montañosa al sur de Menfis”.

Otra clave. Debía haber una región montañosa no lejos de Menfis, en dirección al interior del país. Eso podría ser de ayuda para hallar la ubicación del lago, pero no iba a resultar fácil. De eso, yo estaba seguro. Aunque, si no se arriesga nada, nada se gana. Probablemente era una cuestión de trabajar sobre los datos. Escribí todo de manera ordenada y se lo envié a Gino. Un par de semanas más tarde, un día domingo, me telefoneó.
“Creo que conozco la ubicación del laberinto”, me dijo.
“¿Cómo lo logró?”, le pregunté sorprendido.
“La construcción comenzó en la Era de Tauro. Las Híadas son un laberinto de estrellas. Calculé su posición sobre la Tierra, con las pirámides (que representan a Orión) y Déndera (que representa a la estrella Deneb) como puntos de referencia. Es todo lo que tengo por el momento. ¿Podría venir y echar un vistazo?”
“¿Qué tal mañana a la noche?”
“Bueno, lo estaré esperando”.

Al día siguiente, nos encontrábamos estudiando los mapas. Con orgullo, Gino me mostró el lugar: Hawuara. “Es allí donde debe estar”, dijo con confianza en sí mismo. Miré la ubicación y asentí con mi cabeza. Parecía posible. Sólo un profundo análisis sobre la ubicación podría darnos una respuesta definitiva. Pero aún había algo que me molestaba: el nombre Hawuara mucho se parecía a otro que había leído en alguna parte. Lo dejé descansar, mientras Gino continuó con su explicación: “Según la tradición, el faraón luego de su muerte, debía pasar por un laberinto antes de ascender a las estrellas.

Figura 20.
La ubicación del laberinto

Actualmente, los astrónomos llaman a las Híadas ‘el laberinto’, porque las estrellas parecen formar un nudo inextricable. Eso debía ser lo mismo para los antiguos egipcios, de ahí mi teoría de que tiene que estar allí”.
Ese argumento carece de defectos, por ahora. Cuando llegué a mi casa, me zambu­llí en una enciclopedia sobre Egipto, y muy pronto hallé Hawara. Este era el vocablo inglés para la palabra francesa Hawuara. Me quedé estupefacto porque aparentemente el laberinto descrito por Heródoto tal vez aún estaba allí. Yo me sentía aturdido. ¿Acaso, era este el fin de mi investigación? Sorprendido, comencé a leer:
“La mayoría de los egiptólogos opinan que el laberinto fue descubierto en 1843 por el famoso arqueólogo alemán Richard Lepsius (quien murió a la edad de 34 años). Se trataba del descubrimiento de Lepsius sobre la pirámide sepulcral, con ruinas circundantes del faraón Amenemhet III (1844-1797 a.C.), no lejos del oasis El Fayum. Lepsius escribió acerca de esto: la posición está dispuesta de tal modo que, tres grandes grupos de edificios de trescientos pies de ancho encierran un lugar rectangular de seiscientos pies de largo y quinientos pies de ancho. El cuarto lado, uno de los más pequeños, está bordeado por la pirámide que yace detrás; esta mide trescientos pies cuadrados, por lo tanto, no alcanza por completo el ala de los edificios”.
Luego de haber estudiado un mapa que venía con el informe, tuve fuertes dudas de que este fuera el laberinto.

La descripción no concuerda para nada con los primeros indicios de Heródoto. En Hawara, la pirámide sigue el mismo eje que las ruinas del templo; según Heródoto, la pirámide se encontraba en un rincón. No se menciona nada de paredes cubiertas de relieves, de una gigantesca construcción, una parte subterránea de 1.500 habitaciones, columnas de mármol, etc. ¿Y dónde, por todos los arqueólogos, están las tumbas de los míticos faraones? Lepsius no encontró ningún rastro de ellas. Entonces, ¿qué es lo que descubrió exactamente? Cientos de habitaciones, una al lado de la otra o encima de la otra, algunas pequeñas y otras más pequeñas todavía. ¡Eso no podía ser un laberinto! Decidí abandonarlo e ir a dormir. Al día siguiente, telefoneé a Gino. “¡Gino, debo felicitarlo y decepcionarlo!”
“¿Cómo es eso?”
“Bueno, el lugar que usted calculó es el sitio exacto donde se halló un laberinto. Pero, y aquí viene un gran “pero”, la descripción del complejo no concuerda para nada con lo que Heródoto dice al respecto. ¿No tiene una enciclopedia sobre Egipto donde podamos encontrar algo más?”
“¡Pero, por supuesto, me había olvidado completamente de ello!” Una hora más tarde Gino volvió a llamar: “Tiene razón, Patrick. En las páginas 513 y 514 dice claramente que las excavaciones que se llevaron a cabo allí, no concuerdan con la historia”.
“¿Podría hacerme una copia para el sábado?”‘
“No hay problema”.

El sábado siguiente, Gino me trajo no sólo las copias del laberinto, sino también las de un antiguo manuscrito egipcio que se mencionaba en un libro sobre las pirámides, y me dijo que era algo realmente especial. Pero eso era para más adelante, porque primero observamos el movimiento del zodíaco sobre las pirámides. Esa noche no descubrimos nada nuevo, y al día siguiente, leí el texto sobre el laberinto. En parte era la descripción de Heródoto, pero también mencionaba que Estrabón había escrito sobre el tema. El geógrafo griego Estrabón informa en la parte decimoséptima de su Geographica, en el capítulo 37: “Un peristilo rodea una serie de recámaras palaciegas adyacentes, todas en una hilera siguiendo una pared. Frente a las entradas hay una gran cantidad de pasadizos bajos y cubiertos con muchas vueltas y curvas, por lo tanto, sin una guía es imposible hallar una habitación específica o incluso la salida”.

Esto me dejó soñando por algún tiempo. No era sorprendente que lo llamaran laberinto y en caso de hallarlo, lo más probable es que nos perdiéramos. Seguí leyendo: “El cielo raso de estas habitaciones está compuesto de una pieza de piedra; también las paredes de los pasadizos cubiertos están terminadas con piedras extraordinariamente grandes. No se ha empleado madera ni ningún otro material de construcción en ninguna parte”.

Yo estaba tan impresionado por la construcción como lo debe haber estado Estrabón. ¿Qué pudo haberle pasado a este legendario complejo? En el año 25 a.C., cuando Estrabón lo visitó, aún estaba allí. Según su descripción, se emplearon enormes monolitos para construirlo; semejantes piedras gigantes no hubieran podido utilizarse para construir otra cosa. Ahora yo estaba muy seguro; el observatorio astronómico todavía se encontraba en su lugar, pero ¿dónde? Esa era la pregunta que no me abandonaría hasta que lo hallara, sin embargo, no me quedaba mucho tiempo, pues dentro de dieciséis años y cuatro días se produciría la catástrofe más grande de la historia. Debía encontrar este complejo antes de esa fecha y preferiblemente, algunos años antes, de lo contrario, no sólo va a ser destruido sino también será demasiado tarde para advertir a la humanidad sobre la catástrofe venidera...

También leí lo siguiente en las copias:
“La situación en el Reino Medio era tal, que la construcción es una posibilidad realista porque se hubiera podido dedicar a la unificación del país, tanto en el aspec­to administrativo como práctico. Podía simbolizar una monumental construcción que expresase la unidad. Más aún, pudo haber tenido una importante función admi­nistrativa en el nuevo estado unificado. Pero esta solución no es la explicación completa del acertijo. Este complejo edificio arquitectónico, según Estrabón y Heródoto, tenía tales gigantescas dimensiones que no había nada igual en Egipto. La pregunta es si logró soportar el paso del tiempo, porque no hubo ningún trabajo de restauración en mucho tiempo. Para resolver este problema de una vez por todas, es necesario realizar nuevas excavaciones basadas en todos los conocimientos históricos y arqueológicos conocidos”.
No podía estar más de acuerdo con esta conclusión, sólo hace falta considerar primero el tema de un modo teórico y luego, hacer las necesarias evaluaciones en el lugar. ¡Debe ser posible, yo estoy completamente convencido de ello!

• El más grande edificio jamás construido por el hombre.
• La construcción tardó 365 años (desde 4608 hasta 4243 a.C.).
• El diámetro de Este a Oeste era de 48.000 codos egipcios (un codo egipcio = 0,524 metros); 48.000 x 0,524 = 8.384 km.
• Contiene el “Círculo de Oro”, que es una legendaria habitación a la que se hace referencia en el Libro de los Muertos. Está hecho de granito y recubierto en oro lleno con un legado tecnológico que nos dejó una civilización perdida, mucho más antigua que el mismo Egipto.
• El conocimiento astronómico de los egipcios está escrito en grandes paredes. Todos sus hallazgos astronómicos pueden leerse en los jeroglíficos; todas las constelaciones estelares figuran en un gigantesco zodíaco.
• Muchas paredes pueden moverse y esto lo convierte en un laberinto real. Los textos antiguos hablan sobre personas que perdieron su camino y murieron; también hablan de habitaciones secretas que se encuentran en el laberinto lleno de utensilios y documentos de una civilización que floreció a escala mundial hace miles de años.
• Contiene habitaciones con documentos sobre la historia de Egipto y su conoci­miento astronómico.
• En 36 enormes jeroglíficos está escrita la manera que emplearon para calcular la última reversión polar, y este es el conocimiento que debemos hallar urgente­mente. Allí también pueden encontrarse los cálculos para el año 2.012.





[1] Sothis, la estrella más brillante del cielo, también llamada Sirio. Se refiere al antiguo calendario egipcio de 365 1/4 días. Es también el ciclo de 1.460 años de 365 días en este calendario. [N. de la T.]








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